Continuamos después de otro mes de descanso en Septiembre. La vuelta es dura pero gratificante, y retomar las posturas y la rutina de la clase se acompasa al talante otoñal, que nos devuelve al ritmo diario después del verano centrando nuestra energía de cara al invierno.
Desde hace meses que le doy vueltas a investigar sobre la relación del yoga con las emociones y el carácter, pues hay posturas que trabajan aspectos determinados según se ha comentado en ocasiones en clase: la flexibilidad no atañe sólo a los músculos, es una actitud ante la vida que va unida a nuestra capacidad de adaptarnos a las circunstancias de cada etapa; la humildad que requiere el estiramiento en la exhalación nos invita a dejar caer toda resistencia al cambio…
Hoy comienzo explorando algunos aspectos que he aprendido a observar en Casa Fustero. Son conceptos que se repiten dentro de la clase, pero que crecen dentro de uno mismo a lo largo del día, de la semana, transformando nuestra actitud vital lentamente.
Quietud
“Allí donde reinan la quietud y la meditación, no hay lugar para las preocupaciones ni para la disipación.” Francisco de Asís
El movimiento es cambio, y todo cambia permanentemente: las hojas caen de los árboles, nuestra piel se renueva de un modo invisible, nuestros pulmones se llenan y se vacían constantemente… El ritmo del cambio en nuestras vidas y nuestra tolerancia a él se ha acelerado en las últimas generaciones, pero nuestros ritmos vitales siguen inalterables. Dormimos, comemos, respiramos. Todo esto lleva tiempo, y la ansiedad nos devora. No queremos esperar, no sabemos, pero conviene practicar la paciencia y aprender a sosegarse.
Tras montar las posturas permanecemos quietos unos segundos o minutos, dependiendo de la dificultad, respirando y observando. Estamos quietos pero muchas cosas se mueven: nuestros pensamientos, las sensaciones, los músculos agitados por la respiración o la torsión… Conseguir permanecer conscientes en esta quietud abre la puerta al ahora: el devenir del tiempo fluye, y nosotros respiramos/somos/estamos inmersos en él, como una hoja que se desliza por el agua. Soy, estoy, respiro, vivo, crezco.
Silencio
“El silencio libera a la mente de su jaula verbal.” Jaime Tenorio Valenzuela
El lenguaje es una herramienta maravillosa, pero nos convierte en esclavos del cifrado que supone: todo lo interpreta, lo califica, lo analiza. Permanecer en silencio aquieta esta necesidad constante de dar nombre a las cosas, pero aún así la palabra anida en nuestra mente tan cómodamente que el silencio total –la quietud de nuestros pensamientos- se hace a veces imposible.
Los pensamientos son como nubes de palabras enmarañadas que a menudo oscurecen más que iluminan nuestra percepción de la realidad. Hay que dejarlos pasar, abrirles la puerta de atrás para que no entorpezcan la experiencia del silencio, la conciencia del ser/estar. Son ruido, si interpretamos “ruido” en su sentido más literal: todo lo que molesta en un acto comunicativo, todo lo que interfiere en la entrega y descodificación del mensaje que el emisor crea para el receptor. En este caso, el mensaje es “estás vivo”, y nosotros los receptores.
Escucha
«¡Escucha! O tu lengua te volverá sordo.” Adagio* Cheroqui
En medio de la quietud y el silencio de la práctica, pasan muchas cosas. Hay dolor, hay placer. Dejaremos que los pensamientos vengan y se vayan, pero cada uno de ellos nos dará valiosa información de qué está pasando. Conviene escucharlos, pero no prestarles la atención que merece la observación que practicamos.
El cuerpo nos habla también de otras maneras y en otros momentos. El dolor es el grito al que acudimos, y hay que escucharlo, no silenciarlo. Las pequeñas molestias que advertiremos si escuchamos los mensajes de nuestro cuerpo son indicadores de dónde se acumula un problema, y la solución pasa por tomar consciencia de él y trabajarlo. Si silenciamos la comunicación con nuestro cuerpo a través de analgésicos cerramos la puerta a ala sanación.
Disponibilidad
«La buena disponibilidad, mejora las relaciones, pero la abnegación y la excesiva acomodación las destruye…» Sue Patton Hoele
Ésta es una de las habilidades fundamentales para ser un buen aprendiz (de cualquier cosa), según mi experiencia. Hay que estar dispuestos a recibir y a dejar que nuestro guía-maestro nos acerque a lo que necesitamos saber. La disponibilidad requiere humildad, curiosidad, aceptación de la ignorancia propia, alegría y gratitud.
Todo esto se completa con la guinda de la valentía: salir de nuestra zona de comfort para adentrarnos en lo desconocido, lo extraño, y puede que hasta lo doloroso. Sólo en ese lado encontraremos lo que buscamos, aunque al final resulte que siempre estuvo dentro de nosotros. Los abismos más grandes por explorar están dentro de nosotros, esperando que les llevemos luz
* Un adagio es una frase corta pero memorable que contiene y expresa algún elemento de conocimiento o experiencia importante, considerado cierto por mucha gente, o que ha ganado cierta credibilidad a través de su uso continuado. (Fuente: Wikipedia).